Y la necesidad se hizo urgencia, los besos se hicieron cortos pero intensos, parecía que querían darse todos los que llevaban de retraso en unos segundos que fueron eternos, sus lenguas jugaban con parsimonia la una con la otra, como danzando en el interior de sus bocas, de la una a la otra, compartiendo espacio y tiempo, compartiendo saliva y ansias, los besos de ella se convirtieron en pequeños mordiscos, suaves y lentos, llegando justo al inicio del dolor y deteniéndose para empezar unos centímetros más abajo, ese juego de besos y mordiscos duro desde el cuello hasta el inicio de su pubis mientras iba descendiendo y poniéndose rodillas delante de él, recorrió sus hombros, su pecho, se entretuvo durante una eternidad en sus pezones, continuo por su estómago, llego al punto donde su vaqueros ya le estorbaban, no tuvo que esforzarse mucho para despojarlo de ellos.
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David Cala - Escritor
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