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Foto del escritorDavid Cala

Tentación


Estaba de pie, casi al fondo del bar, hacia como media hora que había llegado allí con sus amigos, lo primero que había hecho era mandarle un WhatsApp avisando de donde estaba a su tentación como a él le gustaba llamarla, ni siquiera sabía porque motivo le había escrito, no tenía ninguna esperanza de respuesta de ella, ni mucho menos esperaba verla aparecer por allí, en más de una ocasión ella misma le había dicho que verse a solas sería una mala idea, serían demasiadas tentaciones reunidas en el mismo sitio deseando escapar de sus prisiones diarias. En su mano derecha tenía un vaso ancho, whisky sólo con hielo por supuesto, le daba sorbos pequeños disfrutando de su sabor en el paladar, mientras que en su mano izquierda sostenía el móvil esperando una vibración que le anunciase una posible respuesta. La música sonaba bastante alta a su alrededor, un par de conversaciones de sus amigos le hacían asentir de vez en cuando aunque ni siquiera sabía de qué le estaban hablando, estaba con la mente en ningún sitio, distraído, le dolía la cabeza y estaba un poco mareado después de un largo día sin descanso, eran cerca de las tres de la mañana cuando su móvil vibró sacándolo de su ensimismamiento, al desbloquear el móvil vio que era ella, le había respondido con un escueto "en cinco minutos estoy ahí", de no esperar ni siquiera respuesta a encontrarse con ese mensaje, se puso nervioso y casi dejo caer el vaso al suelo, el frío whisky llego a mojarle su camisa negra antes de estabilizar su pulso y de milagro consiguió evitar que el vaso resbalase de su mano para terminar haciéndose añicos en el suelo.

Desde donde estaba situado al fondo del bar, la vio aparecer por la puerta nada más llegar, con unos pantalones vaqueros grises, bien ajustados a sus piernas y a su culo, una camiseta negra sin mangas de los Guns&Roses que a él le encantaba como le quedaba, con cordones en los laterales que dejaban ver la piel y el sujetador negro de encajes de su tentación, con su oscura melena corta con las puntas teñidas de un intenso color rojo.

Sus miradas se cruzaron a cinco metros de distancia, sus ojos del azul verdoso del mar en calma contra los ojos verdes ambarinos de ella, una línea imaginaria se trazaba de unos a otros, nada podía interrumpir esa mirada de deseo, las personas a su alrededor la cruzaban sin lograr detenerla, sus pasos los iban acercando reduciendo la distancia de esa línea, cuatro metros, tres metros, dos metros, un metro, sólo un suspiro los separaba. Estaban el uno enfrente de la otra, las personas que los rodeaban habían dejado de existir.

Allí estaban, separados por un suspiro, sin poder dejar de mirarse. La mano izquierda de él busco el costado derecho de ella, se posó casi en la espalda y descendió un poco buscando el límite que marcaba el inicio de sus vaqueros, se quedó allí tocando la piel desnuda de su espalda, entre la camiseta de Gun&Roses y los vaqueros grises, por un momento pensó en descender un poco más la mano por el interior de sus pantalones, pero recordó que le había prometido unos días antes que si se atrevía a quedar con él no le tocaría el culo como había pasado la última vez que se habían visto fuera del trabajo que compartían, que sería capaz de vencer esa tentación. Su mano derecha se posó sobre su hombro para poder acercarse a ella y saludarla con dos besos en las mejillas. El primer beso en la mejilla derecha, el segundo en la izquierda pero tan cerca de la comisura de los labios que casi sintió la humedad de su boca. Las manos de ella, estaban las dos en la cintura de él, no quería soltarlo, el contacto de su cuerpo la tenía atrapada, tenían necesidad el uno del otro, de los besos para saludarse pasaron a un cálido abrazo que duro unos segundos que parecieron eternos, abrazo que buscaba el contacto completo y reconfortante de sus cuerpos.

La mano de él, recorrió el camino que había desde el hombro de ella hasta el cuello, buscando acomodarse a la nuca de ella para atraer su cabeza, y con ella sus labios también, hacia él. Deseaba besarla, hacia un siglo que deseaba besarla, averiguar el sabor que le escondían sus labios desde que se la había cruzado la primera vez por la calle antes de llegar a conocerla, la distancia entre sus labios se redujo a la nada, el primer roce fue electrizante, sus labios se unieron con una avidez reprimida durante mucho tiempo, durante toda una vida, fue un beso largo pero algo torpe causado por los nervios de ambos. Por un momento se separaron sus labios, ella se puso ligeramente de puntillas para susurrarle al oído “Mete la mano donde estas deseando, te libero de tu promesa”, y volvió a besar sus labios con ansias, se volvieron a golpear una y otra vez con besos cortos y fugaces, hasta que sus lenguas se unieron en una batalla, ahora dentro de la boca de ella, ahora dentro de la boca de él, dependiendo de quien fuese ganando la batalla del beso.

La mano izquierda de él, libre de lo que lo retenía en el límite de sus pantalones, decidió introducirse en el interior de su ropa descendiendo para buscar sus nalgas, la mínima ropa interior de ella se lo puso demasiado fácil. Su otra mano, la derecha, viendo que ya no hacía falta en la nuca de ella, imito a su siniestra y se perdió también en el interior de sus vaqueros. Aprovecho que sus dos manos sujetaban fuertemente sus glúteos para elevarla un poco más hacia sus labios. Ella en respuesta le mordió los labios haciéndole una pequeña herida que añadió un ligero sabor metálico a la mezcla de whisky, saliva de él y el néctar que era para él la saliva de ella.

- Vámonos – le susurro ella al oído mientras le echaba los dos brazos al cuello y le daba un sonoro beso en la mejilla -. Vamos a mi casa, te necesito mi niño – le dijo mientras buscaba su mano para arrástralo fuera del bar a trompicones.

Sabía que sus amigos no habían parado de mirarlos desde el momento en que empezaron a besarse pero no le importaba nada en absoluto en ese momento más que darle rienda suelta a todo el deseo que llevaba reprimiendo desde hacía tanto tiempo. Salieron del bar abriéndose paso entre un mar de personas que involuntariamente parecía que no querían dejarlos abandonar el bar, fuera a pesar de que aún no terminaba el verano ya empezaba a hacer frio pero ni siquiera lo llegaron a notar, estaban absortos en comerse a besos en cada rincón oscuro que encontraban a su paso, sus besos eran cortos y bruscos en una esquina, largos y suaves en la siguiente, pero en todos había una pasión, una sed por los labios del otro largamente reprimida. Conocía el piercing de su lengua como si hiciese un siglo que lo recorría con su lengua en cada beso.

Llegaron al portal del piso donde vivía ella, entraron de la mano, esas manos que no se habían llegado a separar en todo el camino, esas manos que encajaban una en la otra, como si las huellas dactilares y las líneas de las manos estuviesen grabadas a fuego de una a la otra. Esas manos que estaban hechas a la medida.

Ni siquiera se fijó en que piso del bloque se bajaban, le pareció ver fugazmente que era el noveno, pero no estaba seguro, menos en cual entraban, si tuviese que volver a ir no sabría cómo hacerlo, el solo quería seguirla allí donde ella lo quisiese llevar, no se fijó ni en la distribución del piso, ni en los colores de las paredes, ni en los muebles que llenaban la casa, solo vio el sofá donde la empujo con suavidad para sentarla, se arrodillo delante de ella para quitarle las botas mientras que le masajeaba los pies, algo que hacía tiempo que le debía de una apuesta incumplida en su día. Sus manos buscaron su cintura, el botón de sus vaqueros grises más concretamente, lo desabrochó con rapidez y a continuación bajo la cremallera, volvió a los pies de ella y empezó a tirar de las perneras de sus pantalones hasta lograr quitárselos con ayuda de ella. Allí la tenía, justo delante de él, solo con un pequeño tanga negro de encaje y la camiseta sin mangas de Gun&Roses. La beso una vez más, era incapaz de saciar esa sed por más veces que la besase, parecía como si tuviese que darle todos los besos que le debía desde que la había conocido, o incluso desde mucho antes, desde otra vida quizás.

Ella se levantó del sofá y cogiéndolo de la mano, sin decirle nada lo llevó hasta la habitación, caminando delante de él, se quedó hipnotizado con el movimiento de su culo al andar y no pudo reprimirse más, le dio una cachetada rápida y fuerte que la sorprendió por completo, tanto que le dolió la mano pero no más de lo que a ella le había llegado a picar el culo, se dio la vuelta y lo miró simulando enfado pero no pudo evitar soltarle una sonrisa, mientras se deshacía de la camiseta de Gun&Roses y la tiraba al suelo sin importarle donde caía. Ahora fue ella quien lo empujo a el sobre la cama, una cama moderna de esas bajas, casi pegada al suelo y se sentó a horcajadas sobre él, lo beso en el cuello, le mordió la oreja, sujeto su camisa negra por ambas solapas y dio un fuerte tirón, los dos primeros botones de la camisa saltaron por los aires, el tercero aguantó aunque se desabrochó con el tirón, el resto aguantaron por el momento. Hundió su cabeza en el pecho de él, lo besó, lo lamió, lo mordió, le clavó las uñas dulcemente en el costado y siguió desabrochando el resto de los botones de la camisa hasta llegar a donde terminaba la camisa y comenzaban los pantalones vaqueros de él, ya que estaba desabrochando siguió con los botones de los pantalones.

El tiempo no parecía querer avanzar, ahora él se encontraba tumbado en la cama solo con los bóxer, y ella a horcajadas encima de él, solo con el tanga y el sujetador, su erección luchaba por salir de los bóxer y golpearla una y otra vez, el roce contra el sexo de ella no ayudaba en absoluto. Sus manos se posaron en su culo, ese culo tan perfecto que lo volvía loco, fue subiendo las manos recorriendo su espalda, buscando el cierre del sujetador, a tientas lo desabrochó y la ayudó a deshacerse de él lanzándolo a otro rincón de la habitación, dejó de besarla en los labios y buscó sus pechos con sus manos, con sus labios, con su lengua, con sus dientes, los sujetó entre sus manos buscando abarcar toda su extensión, pellizcó con suavidad sus pezones, enterró la cabeza en sus pechos, los besó, los lamió, los mordió por toda su superficie saboreando cada uno de sus poros.

La empujó para quitársela de encima y ser ahora él quien estuviese sobre ella acomodando sus rodillas y su cuerpo entre sus piernas, la besó una vez más en los labios, en las mejillas, buscó su cuello y la besó, sus manos mientras recorrían su cuerpo, se detuvó otra vez en sus pechos, su lengua jugó durante unos segundos con cada uno de los pezones, terminando su juego con un pequeño mordisco en cada uno, su lengua siguió bajando por su cuerpo, lamió su barriga, besó su ombligo y su piercing, siguió el descenso buscando llegar a lo que escondía su tanga, cuando llegó a su monte de venus besó su sexo por encima de la tela de su ropa interior, inhaló profundamente absorbiendo su olor, la volvió a besar, lamió, le mordió en la cara interna de los muslos y sus manos buscaron la ropa interior que obstaculizaba a su lengua, bajo su tanga y volvió a enterrar la cabeza en su sexo, su lengua buscó el centro del placer de su ser, besó sus labios, lamió buscando su clítoris con su lengua y se encontró con otro piercing más que no se esperaba, también jugó con él, lo besó, lo lamió, lo mordió, lo golpeó con la lengua una y otra vez, volvió a besar, a lamer, a morder buscando el punto exacto donde los gemidos de ella le mostraban el camino, combatió con la lengua una y otra vez su clítoris como si fuese un asedio, el dedo corazón de su mano derecha acompañaba los movimientos de su lengua dentro de ella, su creciente humedad le pidió al dedo anular que le hiciese compañía al corazón en sus entrañas.

Las manos de ella se enredaban en su pelo, tirando de él de vez en cuando justo en el mismo momento en que sus gemidos subían de tono. No pensaba dejar de comer, de lamer, de besar, de morder, de usar sus dedos dentro de ella hasta que la sintiese estallar, no existía nada más, solo merecía la pena concentrarse en ella. Estalló con un gemido ronco, inundando sus dedos, su mano, su boca, su lengua, mojándolo todo.

Levantó la cabeza buscando su mirada, le brillaban los ojos de satisfacción, quiso besarla una vez más y lo hizo, le susurró un te odio al oído, algo que para ellos tenía más sentido que un simple te quiero, y la volvió a besar. Las manos de ella se perdieron dentro de sus bóxer, buscando su miembro, lo sujetó con firmeza y empezó a masajearlo arriba y abajo con suavidad con la mano, le quitó los bóxer y los arrojó a hacerle compañía a su sujetador, lo besó y le dijo “Ven, te quiero dentro de mí, te necesito, fóllame”, con su mano todavía sujetándolo lo guio hasta la entrada de su ser y lo volvió a besar mientras dejaba que fuese él quien entrase a su ritmo.

Y a su ritmo entró, despacio, mirándola a los ojos mientras lo hacía y besándola, con su cuerpo aprisionado debajo de él, entrando y saliendo despacio, muy despacio, disfrutando ese momento que los dos sabían que acabaría por llegar desde el día en que empezaron con sus juegos, sus roces y sus indirectas cada vez que se encontraban cerca en el trabajo. Con sus manos a ambos lados del cuerpo de ella, siguió entrando y saliendo de ella sin pensar en nada más que en seguir empujando una y otra vez, su mano derecha busco su cara, acarició su mejilla y la besó, la sujetó fuerte pero dulcemente del cuello y subió el ritmo de sus embestidas, siguió golpeándola con sus besos una y otra vez mientras que más abajo la golpeaba una y otra vez con movimientos de cadera entrando y saliendo sin descanso. Sintió llegar el momento, sintió como un latigazo lo sacudía mientras se derramaba dentro de ella, sentía como ella apretaba en espasmos su interior atrapándolo dentro de ella, mientras ambos llegaban al punto álgido del orgasmo.

Se derrumbó sobre ella, besándola, tocándole la cara, abrazándola, sería capaz de quedarse dormido sobre ella, dentro de ella, tal era la paz y la tranquilidad que lo envolvía, que le había dejado el ansiado momento. Y así se quedó dormido, sobre ella, con la cabeza enterrada entre la almohada y su cuello, boca abajo. Y así ella se durmió, con el aún dentro de ella y con su peso sobre su cuerpo pero sin notarlo.

Eran las seis de la mañana y allí seguía, de pie, o casi, porque estaba ligeramente apoyado en la pared para poder mantenerse derecho, al fondo del bar, algo más al fondo de hecho. Ausente, borracho, muy borracho para ser más exactos, había perdido de vista a sus amigos, no tenía ni idea de donde estaban y la verdad es que ni siquiera le importaba. En su mano derecha seguía sosteniendo un vaso ancho con hielo y whisky, uno más a sumar a los que ya llevaba encima, había perdido la cuenta de los que llevaba, no le importaba, nada le importaba ya. El móvil llevaba más de una hora olvidado en uno de los bolsillos de sus pantalones, se había cansado de esperar una vibración que no llegó, ella había leído el mensaje pero no había obtenido ninguna respuesta, no le importaba, era lo que había esperado, se había rendido por fin. Pero porque lo envolvía entonces esa sensación de vacío, lo había soñado despierto, el alcohol y el cansancio lo habían hecho quedarse dormido el tiempo suficiente para soñarla.

Pero era imposible, aún sentía el contacto de sus manos envolviendo las suyas. Aún sentía la huella de sus dedos allí donde habían presionado su carne. Aún sentía los arañazos que sus uñas habían dejado en su piel. Aún sentía los besos en su cuello, en sus labios, en su pecho, en su entrepierna. Aún sentía los mordiscos en su oreja, en sus pezones, en su sexo. Aún sentía sus manos recorriendo su cuerpo hasta llegar a sujetar su falo para guiarlo a adentrarse en el centro húmedo de su ser. Aún sentía como habían explotado juntos en un orgasmo atávico. Aún y siempre la sentiría sin haberla tenido.

La dulce quietud del aún oscuro amanecer lo envolvía todo, el ansia del día anterior estaba olvidado, la vuelta tambaleándose hasta su casa fue un sufrimiento de olvido y decepción. Todo cuanto había pensado vivir ni siquiera había llegado a pasar. Estaba completamente ido, su cabeza era incapaz de buscar una explicación a lo que había pasado o a lo que él pensaba que había pasado. Era incapaz de encontrarle un sentido a todo y lo peor es que el lunes tenía que volver a verla sin saber si había sucedido o lo había soñado, tendría que soportar su mirada sin desviarla, tendría que sonreírle, tendría que hacer como si todo fuese exactamente igual que siempre, como si aún no hubiese tocado todo su cuerpo, como si aún no la hubiese besado, como si aún no hubiesen hecho el amor, como sería capaz de ignorar eso, había sido tan real que aún la sentía, que aún la tenía con él.


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