Brian Massemburg tenía dieciocho años recién cumplidos, era uno de esos tantos chicos tímidos y huidizos con la gente de su alrededor, sobre todo con aquellas personas con las que todavía no había tenido suficiente contacto como para coger confianza con ellas. Sin embargo, él era distinto de algún modo, o al menos eso es lo que gustaba pensar de sí mismo. Se sentía fuera de tiempo y de lugar, era un soñador incomprendido, huraño hasta cierto punto. Desde que tenía uso de razón, siempre estaba imaginando que se trasladaba al pasado y se convertía en un caballero, de esos de espada y armadura reluciente. Siempre se decía a si mismo que había nacido como unos quinientos años demasiado tarde, se sentía completamente fuera de lugar en el mundo moderno y no le quedaba más remedio que vivir en esa época en la que había nacido.
En cuanto al físico de Brian, aunque no era para nada sobresaliente, con poco volumen de músculos pero bien formados, se podía decir que aunque no estaba exactamente fuerte, su constitución sí que lo era, realmente tenía más aguante físico que fuerza bruta.
La gente lo consideraba bien parecido, incluso guapo, su cara alargada, angulosa y sus rasgos finos le conferían un aspecto delicado, casi de chica, sobre todo cuando mantenía su cara libre de barba, al contrario que cuando pasaba de afeitarse durante mucho tiempo, que parecía más rudo, con esa barba de náufrago como le decía siempre su madre cuando veía que no se afeitaba.
Sus largos cabellos castaños le caían sobre los hombros hasta llegarle casi hasta la mitad de la espalda, normalmente los tenia recogidos en una coleta para mantenerlos alejados de su cara, aunque de vez en cuando le daba por dejarlos libres como en ese preciso momento, sus almendrados y sugerentes ojos verde grisáceos era lo que siempre pensaba que más le gustaba a las chicas de él, aunque no era precisamente el tipo de chico en el que las chicas se fijasen mucho, sobre todo por su forma tan retraída y solitaria de ser, sin embargo sus ojos y esa mirada melancólica que siempre estaba presente en su forma de ver el mundo era algo que de todas formas llamaba mucho la atención de él.
A Brian le encantaba la historia, la literatura fantástica y todo lo relacionado con los juegos de rol, de mesa y de batallas históricas o fantásticas con miniaturas de plomo o plástico, quizás precisamente, porque de alguna manera era lo más próximo que tenía a cumplir con todos sus deseos e ilusiones. Su tiempo libre se repartía entre estas aficiones, y escribir cuando la inspiración surgía, solía llevar consigo siempre papel y lápiz o bolígrafo, aunque era más de lápiz, siempre decía que la inspiración lo podía sorprender en cualquier lugar o momento, era fácil verlo abstraído del mundo real, dándole vueltas a alguna idea, pensando mientras mordía el lápiz, escribiendo reflexiones sobre la vida o poemas que convertía en canciones que luego tocaba con la ayuda de su guitarra.
Brian, una mañana más, se dirigía andando como de costumbre hacia el instituto. Eran la siete y treinta minutos de la mañana, cuando apareció ella, un poco por delante de él, justo allí por donde sabía que iba a girar desde una calle perpendicular a aquella por la que él caminaba, se la iba a encontrar, mejor dicho, la iba a adelantar al caminar más rápido que ella, como sucedía casi todos los días de la semana a esa misma hora.
Tina Tiusmaien era una chica tan solo un año menor que él, aunque compartían clase ya que Brian estaba repitiendo curso ese año. De oscuros cabellos largos, casi tan largos como los de Brian, y ojos marrones, con una cara angelical de no haber roto un plato en su vida. Con un gran físico y una mayor inteligencia, era posiblemente la mejor estudiante de la clase, por no decir de todo el instituto, a Brian le encantaban sus piernas, sus perfectas y torneadas piernas de atleta, además de ser buena estudiante, practicaba atletismo, algo que se notaba en sus piernas especialmente.
Brian estaba completamente enamorado de Tina, sin embargo ella no le correspondía, y posiblemente ni siquiera sabía lo que él sentía. Se había dado cuenta de que la miraba mucho, pero lo consideraba un chico raro, muy raro, por eso ni siquiera pensaba que el motivo de que la mirase tanto fuese porque le gustaba. Brian debido a su solitaria forma de ser, unido a que era bastante tímido no había tenido el valor de decirle nada. El hecho de que Brian fuese judío tampoco había ayudado en absoluto, y aunque, en la Alemania de los años noventa, cercano ya el cambio de milenio, ya no se les perseguía ni exterminaba como durante la segunda guerra mundial, ahora habían surgido grupos neonazis que querían reverdecer el cruento pasado.
Él buscaba todos los días la forma de verla antes de entrar en clases y poder adelantarla mientras caminaba unos segundos a su par, era una forma de sentirla cerca de él. Diariamente, para ir al instituto, salía unos minutos antes de casa y pocos metros antes de llegar al cruce donde ella surgía para coger la calle que llevaba hasta el instituto, se quedaba apoyado en una esquina hasta verla aparecer, solo entonces volvía a emprender la marcha para poder alcanzarla unos metros más adelante.
Tal y como ese mismo día acababa de hacer. Brian, como siempre al ponerse a su misma altura, le dio los buenos días, a lo que ella respondió con un suave ademán de cabeza, como si fuese un gesto sin importancia, cuando para él era uno de los momentos más importantes del día, ver que por los menos sabía que existía, aunque no le prestase demasiada atención. Luego ella siguió tranquilamente hablando con sus amigas olvidándose rápidamente de él, como si ni siquiera hubiese tenido importancia. Brian siguió caminando en silencio, cabizbajo y con un paso más lento del habitual para poder estar un poco más de tiempo cerca de ella, iba cavilando que era lo que podía hacer para que Tina Tiusmaien se diese cuenta de que sentía algo por ella sin tener que contárselo, quería que supiese que le gustaba mucho pero no se atrevía a confesárselo, no sabía qué hacer, no sabía que paso dar.
Brian llegó al instituto retraído en sus pensamientos, algo por otra cosa habitual en él, sin ganas de encerrarse en el edificio durante toda la mañana, estaba cansado de repetir todos los días la misma rutina absurda, necesitaba algo que cambiase su vida. Necesitaba romper con su maldita monotonía.
El instituto, era un edificio bastante antiguo, de tres plantas de altura, su fachada estaba completamente pintada de blanco excepto en algunas zonas debajo de las ventanas, que eran de ladrillos vistos. En cada una de las paredes del edificio había cuatro amplias ventanas por cada una de las clases. El edificio tenía dos puertas para acceder a él, la principal, que era por la que todas las mañanas entraban los estudiantes para asistir a las clases, y la trasera, que daba al patio de ejercicios, donde había una pista semi cubierta que era a la vez campo de futbol sala y cancha de baloncesto. Aunque pensándolo bien, realmente, las puertas del instituto eran tres contando con la que daba a un pequeño bar, en el que servían los desayunos, porque después de atravesar este pequeño bar también se podía acceder al edificio principal del instituto.
El instituto tenía una forma de T, con la parte superior de la T mucho más grande que su base, las escaleras que llevaban a los diferentes pisos y la zona de la secretaria eran las que formaban la base de la T, y la parte superior de la T eran los dos pasillos iguales en los que se distribuían las aulas a ambos lados de las escaleras. El interior era tan repetitivo y deprimente como una cárcel, todos los pasillos, escaleras, aulas, sillas, mesas, pizarras, eran exactamente iguales, allí donde mirases veías siempre lo mismo, estuvieses en tu clase o en la de un amigo. Lo único que le faltaba para ser igual que una cárcel, era que fuese un instituto de esos en los que había que llevar uniformes.
Por fin, Brian llegó a su clase y se sentó donde era habitual en él, prácticamente al fondo del aula, pegado a la derecha. A su izquierda siempre se sentaba Martin Hoff, uno de los pocos chicos a los que podía llamar sin miedo a equivocarse, amigo.
Brian por norma general esquivaba al resto de sus compañeros siempre que podía, cosa que solía ser fácil puesto que ellos también lo intentaban evitar a él. A quien no evitaba, por supuesto, era a Tina, a ella la observaba continuamente, deseaba a todas horas que sus miradas se cruzasen y no se desviasen. Tina alguna vez ya había notado esto pero tampoco le había dado mucha importancia, para ella solo era una más de las extrañas manías del rarito de la clase. Brian no lo sabía aún, pero no tenía ninguna posibilidad, a Tina quien le gustaba era Joe Denker. Un chico bastante atractivo y que tenía mucho éxito con las chicas, era el típico chulito de clase, uno de esos a los que todos los deportes se le daban bien, es más, se jactaba continuamente de que así fuese. Gracias a ese egocentrismo había tenido ya varias peleas serias en las que más a su favor, había salido victorioso.
Volviendo con Martin, a este le agradaba estar con Brian, porque a pesar de que era poco expresivo con sus sentimientos, y hablaba poco o casi nada, sí que sabía perfectamente, cuando era momento de hablar y cuando de callar. Era habitual verlos juntos a cualquier hora del día, casi todo lo hacían en compañía del otro, se sentaban juntos en clase, jugaban a rol juntos los fines de semana, faltaban a clases juntos para jugar al baloncesto o para ir a jugar a alguna máquina recreativa cercana al instituto, salían juntos por las noches.
En apariencia física eran completamente distintos, Brian, como ya hemos dicho, alto, con largos cabellos castaños, de rasgos delicados. Martin, era más bien bajo, de constitución fuerte, con un corte de estilo militar en sus oscuros cabellos y de rasgos duros, cara redondeada, pómulos prominentes y ojos redondos y grandes. Sin embargo sus formas de pensar eran muy similares, eran dos jóvenes inteligentes aunque algo dispersos para estudiar, apasionados de la literatura fantástica pero con los pies, relativamente, en el suelo.
Martin, cuando estaba solo, no era rechazado por sus compañeros del instituto como le pasaba a Brian, pero si estaba en compañía de este, que era lo más normal, las cosas cambiaban y todos los discriminaban. A los demás la forma tan reservada de ser de Brian no les agradaba porque las pocas veces que hablaba era para dejar en ridículo a quién se hubiese dirigido a él de forma despectiva.
En una ocasión, casi dos años atrás, cuando Brian tenía la mano derecha enyesada porque se la había partido jugando a baloncesto, durante una clase uno de los profesores le pidió que saliese a la pizarra a hacer un ejercicio de matemáticas, cuando el profesor se acordó de que no podía escribir le pidió a otro compañero que saliese en su lugar.
- Es que el pobre esta inútil - dijo mientras se dirigía hacia la pizarra su compañero.
- ¡Lucas! - lo amonestó el profesor.
- No se moleste profesor - interrumpió Brian -, yo sé que estoy inútil porque me he partido la mano, pero hay otros que son inútiles de nacimiento y aún no lo saben.
La puya, por supuesto, surtió el efecto deseado, la clase entera estalló en carcajadas descontroladas, el color de la cara de su compañero se fue tornando roja y soltó tal diatriba de insultos que acabó hablando con el director del instituto de forma inmediata. Brian, claro está, corrió el mismo destino, tuvo que pasar también por el despacho del director, pero tuvo algo más de suerte con el castigo a cumplir, mientras que a Lucas lo expulsaron durante una semana del instituto, a él tan solo le cayó una charla del director.
Volviendo al presente, el día transcurrió como a cámara lenta para Brian, el típico día de primavera en cualquiera de las calles de Berlín y sus alrededores, contrastaba con las aburridas clases, sobre todo las de matemáticas, esas que tanto odiaba él, con lo bien que se estaría en la calle disfrutando del día, respirando aire, tenía que haber pasado de las clases hoy pensó Brian, se lo quitó de la mente, ya no tenía remedio, tendría que seguir aguantando las clases hasta el final del día. Como de costumbre en él, Brian se pasó todas las clases mirando a Tina, observándola, no podía despegar su mirada de ella, no quería dejar de mirarla. No sabía porque pero ese día le parecía más extraño, y eso que las clases fueron más o menos como siempre, aunque ese día no daba ni una a derechas, ni tan siquiera en las asignaturas que normalmente se le daban bien.
- ¿Brian - era Martin Hoff -, que te pasa? Hoy estas más rarito que de costumbre y mira que eso es difícil.
- No lo sé, Martin. Es como si solo existiese ella - dijo señalando, por supuesto, a Tina.
- Eso no es nada nuevo - exclamó Martin entre risas -. Ya sé que estás enamorado pero tampoco es para tanto.
- No es solo eso, Martin, hay algo más pero no puedo describírtelo correctamente. Es como si, a pesar de que ahora solo existe ella, dentro de poco vaya a dejar de existir para mí y deba aprovechar cada instante que me queda de ella - hizo una pausa para pensar y dijo -. No sé Martin, me siento muy raro. Hoy va a pasar algo. Llámame loco si quieres pero sé que hoy va a pasar algo.
- De acuerdo, tío, si tú lo dices - respondió Hoff dándole el sí de los locos.
Brian abrió la boca para decir algo más pero vaciló unos segundos, hizo un segundo intento por expresarse y volvió a sellar los labios antes de que ningún sonido llegase a brotar de sus cuerdas vocales. La conversación quedó olvidada enseguida puesto que sucedió durante la última clase de ese día, no les dio tiempo a volver a sacar el tema, cuando por fin sonó el timbre que daba fin al día, ambos se dirigieron fuera de la clase con ciertas prisas, Brian en especial estaba deseando poder salir a la calle, se sentía enclaustrado en el edificio.
El silencio los envolvía desde el momento que Brian no supo explicar mejor lo que le sucedía, de todas formas no hacían falta las palabras entre ellos, pues se conocían como si fuesen hermanos. Salieron del edificio aún en silencio, anduvieron unos minutos juntos, hasta que los caminos hasta sus respectivas casas les hacían separase para continuar cada uno en solitario hasta sus hogares.
- Nos vemos mañana - le dijo Martin - que hoy tengo que estudiar toda la tarde.
- A ver qué remedio - contestó Brian sin ganas de volver al día siguiente a clases -, yo también debería de estudiar esta tarde.
Tanto Brian como Martin continuaron con su caminar en soledad tras despedirse. Brian tenía que caminar durante casi treinta minutos para llegar a casa, solía ser un momento del día para pensar, para darle vueltas a sus ideas, ese día no le dio tiempo a hacerlo. Solo transcurrieron un par de minutos desde que caminaba sin la compañía de Martin cuando empezó a sentirse aún más extraño que durante las clases, prácticamente de manera simultánea a esa sensación incómoda, en el cielo se formaron unas nubes bajas que cambiaban de color cada pocos segundos; grises, azules, rojas, verdes, pero siempre en un tono tan oscuro que tenías que fijarte muy bien para reconocer el color exacto y no pensar simplemente que eran negras. Además el cielo se había oscurecido de una forma extrañamente peculiar, parecía que iba a empezar a llover. Incluso si fuese invierno y estuviese cayendo la más fuerte nevada de los últimos años sobre las calles de Berlín, el cielo no estaría en ese estado.
Un relámpago cruzó el cielo poniendo fin al extraño suceso meteorológico tan rápidamente como había empezado. El rayo cayó cerca o al menos es la impresión que le dio a Brian. Las nubes se fueron desvaneciendo para dejar paso a una luminiscente claridad y a un fenómeno aún más difícil de explicar que las nubes. Las céntricas calles de la capital alemana habían sido sustituidas por un hermoso prado verde, allí donde antes estaban los restos del derruido muro de Berlín y la puerta de Brandemburgo, ahora se divisaba un bosque del que llegaban los más bellos cantos de pájaros que jamás había oído.
Se giró sobre sí mismo completamente desorientado, ¿dónde estaba?, era lo más raro del día con diferencia, su mirada perdida se dirigió hacia la esquina del gris edificio en el que todos los días se despedía de Martin al salir de clase, tampoco estaba donde debiera, de hecho ni siquiera estaba. Cerca del lugar donde se suponía que debería de estar, vio una hermosa pero pequeña cascada que caía sobre las cristalinas aguas de un lago.
- ¡Martin! - llamó a gritos a su amigo.
Sin esperar respuesta de Martin decidió dirigir sus pasos a toda prisa hacía el lugar donde lo había visto por última vez, aunque algo le decía que ni por asomo estaba en el mismo sitio donde se había encontrado antes de caer el rayo, a la vez que llamaba a Martin, esperando que aún no se hubiese alejado de donde se habían separado. No tenía ni idea de donde estaba, soltó varios tacos, algo bastante impropio en él, excepto cuando se mosqueaba y a continuación volvió a llamar a Martin sin esperanzas de encontrarlo realmente.