La noche era demasiado silenciosa, al igual que las lentas horas de los últimos dos meses, ya ni siquiera recordaba desde cuando no oía la voz de otro ser humano, aún menos, desde cuando no pronunciaba ella una sola palabra.
Las luces de la calle ya estaban apagadas, pero la débil luz de las estrellas le permitía una visibilidad casi completa, gracias también a que últimamente sus ojos, a fuerza de estar en penumbra, se habían acostumbrado a la oscuridad.
Le encantaba la noche, siempre le había encantado y ahora era lo único que la ayudaba a seguir adelante, aunque ya no sabía si tenía sentido hacerlo. Marjolie estaba de pie, asomada a la ventana de su pequeño apartamento, situado en un sexto piso. Contemplaba con una plácida calma cada una de las estrellas, comparaba el brillo de unas con otras, una suave y ligera brisa primaveral agitaba sus rubios y largos cabellos sueltos, se estremeció con una extraña sensación y un susurro del viento le trajo palabras sueltas.
—Marjolie, salta.
La soledad de la noche la había vuelto a envolver, ya ni siquiera recordaba la cara de su difunto novio, hacía ya más de dos meses que se había matado en un accidente de tráfico. Una noche, después de dejar a Marjolie en su casa, se despidió de ella para siempre. Conducía algo borracho, demasiado deprisa y ambos habían estado fumando marihuana en casa de Marjolie. En esas condiciones, pasó lo que tenía que pasar, se saltó un semáforo en rojo y se empotró contra el lateral de un camión de basura con caja compactadora que hacía su habitual recorrido nocturno. Carl ni siquiera llegó vivo al hospital, murió de una parada cardiorrespiratoria en la ambulancia que lo conducía a este. La verdad es que su muerte oficial fue por la parada, aunque no era lo único que sufría, tenía fracturadas varias costillas que le habían perforado el pulmón derecho, una fractura abierta de fémur y un severo traumatismo craneoencefálico. Para Marjolie era indiferente, le daba absolutamente igual de lo que hubiese muerto, el caso es que ya no estaba con ella.
—Marjolie, salta, te estoy esperando.
—¿Carl, eres tú mi amor?
Desde que Carl había fallecido, ya nada había sido igual para ella, todas las noches sufría de insomnio, apenas si conseguía dormir un par de horas al día. Poco a poco había ido perdiendo las ganas de vivir, al principio solo estaba un poco ausente, se la veía triste y decaída, aún no se creía lo que le estaba pasando. No comía bien, de hecho, casi no comía, más tarde fue cuando empezó a no dormir y a llegar tarde a su trabajo. Hasta que por fin la despidieron, aunque habría dado igual que no la despidiesen, en pocos días perdería también las pocas ganas de trabajar que le quedaban.
Ahora, los días eran una sucesión de horas en amargo silencio, en las dos últimas semanas no había salido de su casa para nada, ni siquiera para comprar comida, de todas formas apenas si probaba nada. Sus amigos habían ido a buscarla a su casa en varias ocasiones, aunque ella ni siquiera había llegado a abrirles la puerta del apartamento. Las horas las pasaba sentada en la soledad de su fría cama, con los ojos enturbiados por las lágrimas que asomaban a estos y luchaban por resbalar por sus pálidas y tersas mejillas.
Unas pequeñas gotas habían empezado a caer del cielo, llovía, poco y de forma agradable, tal y como a Marjolie le gustaba. A Carl también le había gustado la lluvia cuando aún vivía, muchos días habían salido a pasear cuando llovía como lo hacía esa noche, en una ocasión hasta habían llegado a hacer el amor bajo la lluvia de un atardecer de otoño, de esto parecía que hacía un siglo o más.
—Marjolie, salta, todavía te amo y te echo de menos.
—Yo también me acuerdo de ti y te añoro, Carl.
-—Entonces, salta, Marjolie, salta.
La noche, la soledad, el silencio, la lluvia, todo lo convertía en un día perfecto para morir, con un recuerdo de todo lo que antes había amado. Apretaba, fuertemente, contra sí una foto con Carl, la última que se habían hecho juntos. Su cuerpo se inclinaba muy peligrosamente sobre el alfeizar de la ventana, se había decidido, quería volver a ver a Carl, lo añoraba demasiado como para seguir viviendo sin él. Lo necesitaba. Ahora.
—Marjolie, salta, vuelve conmigo mi amor.
—Ya voy, Carl, estoy contigo.
Un grito resonó en la silenciosa noche, segundos después un gran golpe volvió a romper el silencio, el cuerpo laxo de Marjolie descansaba en una posición anormal sobre el duro suelo de la calle a la que daba la ventana del apartamento.