Despertó con un terrible dolor de cabeza, estaba en una habitación mal iluminada por una pequeña y estrecha ventana situada a la derecha del jergón en el que acababa de despertar. Quería examinar la estancia, así que se levantó muy despacio, puesto que se sentía mareado por culpa del intenso dolor de cabeza. Estaba en una habitación tan pequeña que apenas cabía el jergón en el que había estado durmiendo. A los pies de la cama había un baúl de madera, y un espejo de cuerpo entero estaba incrustado en una de las paredes de ladrillos. No sabía dónde estaba, no reconocía nada de lo que había entre esas cuatro paredes, pero lo peor, era que tampoco sabía quién era él.
Se acercó hasta el espejo para observar su rostro, lo mismo podría recordar algo al verse. El reflejo que le devolvió el espejo fue el de un hombre en la treintena, muy alto y fornido, los músculos de los brazos y del pecho parecían que iban a reventar su piel. Los largos y oscuros cabellos caían sobre sus hombros, se había afeitado hacía poco tiempo, pues apenas había rastro de barba en su cara. Iba vestido con un taparrabos de piel de oso negro, las botas de cuero marrón le llegaban casi hasta las rodillas. Dio por supuesto que una gran espada bastarda que descansaba envainada sobre el baúl le pertenecía.
Tendría que seguir explorando fuera del dormitorio, a lo mejor tenía más suerte para averiguar algo sobre él mismo. Se ajustó el cinturón con la espada antes de dirigir sus pasos en dirección a la puerta. Al menos no estaba cerrada con llave, así que la abrió sin problemas. Salió a un pasillo de unos diez metros de longitud y apenas dos de ancho. Justo a la izquierda de la puerta que acababa de atravesar, en la pared, había una antorcha iluminando el pasillo, que por cierto, en esa dirección no tenía salida. Solo podía ir hacia la derecha, avanzó por el pasillo hasta llegar a unas escaleras que descendían, tomó otra antorcha que había en la pared antes de empezar a descender los escalones con cautela.
Estaba confundido, superado por la situación, pero no titubeó hasta que llegó abajo. Las escaleras terminaban directamente en una amplia habitación, parecía algo así como una mezcla entre despensa y laboratorio. En el centro de la habitación había una amplia mesa llena de alambiques de cobre, tubos de ensayo y frascos de cristal de extrañas formas. Las paredes de la estancia estaban cubiertas por estanterías de madera, la mayoría estaban repletas de libros antiguos, pero en otros de los estantes había una multitud de tarros de diferentes tamaños y formas, solo Yaster sabía que podían contener. Ordenando algunos de estos tarros distinguió la figura achaparrada de un hombre. Vestía con una túnica gris que le cubría hasta los pies, le llamó la atención que tenía unos amplios bolsillos donde meter las manos.
—Buenos días —le dijo el extraño sin llegar a darse la vuelta en ningún momento—, veo que por fin has vuelto del reino de los sueños. Soy Blasktar, el hechicero. Te preguntarás muchas más cosas sobre mí, pero serán aún más las que te preguntes sobre ti mismo. Estás en la ciudad de Rhotas, la capital del reino de Heintask, en el continente de Escya. Hace dos semanas te encontraron en el sótano de un viejo edificio que se vino abajo mientras luchabas con alguien de quien no encontraron rastro. Te trajeron a mí para que intentase curarte, he conseguido curar tus heridas físicas, pero las de la mente me han sido imposible. Recibiste un golpe tremendo en la cabeza que te ha hecho perder la memoria por completo.
—No sé qué hacía en ese sótano, la verdad, si ni siquiera recuerdo cual es mi nombre…
—Tu nombre creo que lo has dicho en sueños varias noches mientras estabas inconsciente —lo interrumpió Blasktar—. Gritabas “Soy Kassthun”.
— Kassthun… Me gusta —reconoció.
—Por tus ropas estoy convencido de que eres un bárbaro de una de las
del norte de Escya, seguramente de Zenavea o de Eurysova —aseveró el hechicero mientras se acercaba hasta él, se dio cuenta de que arrastraba la pierna izquierda al caminar.
—Pues tendré que poner todo mi empeño en averiguar qué es lo que hacía en ese sótano —afirmó el bárbaro llamado Kassthun.