Su lengua, con esas ansias largo tiempo retenidas, seguía lanzando golpes con una suave cadencia sobre su clítoris. Ahora que estaba en el punto exacto en el que siempre había deseado tenerla, no iba a darse prisa ninguna en hacerla suya, pensaba disfrutar al máximo del momento.
Ella estaba justo en el límite de la pasión desbordada, con la respiración acelerada y a punto de correrse. Sentada en el borde del sofá a la altura idónea para que él, de rodillas entre sus piernas, tuviese un acceso inmejorable a su sexo, en perfecta simetría para sus labios, su lengua y sus dedos. Su espalda estaba ligeramente arqueada hacia atrás, creando la curvatura perfecta con el asiento del sofá, con la mirada perdida en el techo y los ojos vidriosos por el placer que estaba recibiendo, esperando con deseo desenfrenado el momento en que él se decidiese a penetrarla.